Me dijiste con sal en los ojos
muérdeme con dentelladas calientes
ábreme surcos de lenguas.
Enrede tu pelo a mi grito
y mis piernas te ceñían con uñas.
Hasta que tu boca exhalo polvo gris
del pasado y del presente vivido.
Quise adherirme a tu piel fantasma
con la savia semen encubierto.
Pero tus dedos estrujaron mi sed
hasta rasguñar desiertos de agua.
Éramos el impulso de la sangre
en las cuerdas tensas de las guitarras.
El viento se llevo nuestros aullidos
y quedamos ciegos de amor.
Desnudamos nuestros huesos
en la ausencia de los nombres.
Al llegar la aurora
no podíamos reconocernos.
Autor El poeta peregrino
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